Macho de sisón en celo. Foto: Roger Sanmatí
Camino
despacio por el pastizal rodeado de tierras de cultivo. El cereal empieza a
levantar. El verde predomina sobre los barbechos y rastrojos ¡Qué bien han
venido las últimas lluvias! Muevo levemente la cabeza de izquierda a derecha y
de vez en cuando me giro para mirar hacia atrás. De pronto, me paro mirando a
un punto fijo. Abro un poco las piernas y me coloco los prismáticos delante de
los ojos. Enfoco. “Ahí estás jodío” musito mientras una sonrisa ilumina mi
rostro.
Tetro, el sisón, está engalanado.
Cuatro collares blancos y negros decoran su cuello y pecho. Desde principios de
abril defiende una pequeña parcela de cebada sobre el pastizal. Este año han
acudido tres hembras a su territorio. Picotean tranquilamente entre los pastos
y el cereal. Tetro ahueca las plumas del cuello, haciendo más notorios los
collares. Se coloca en uno de los linderos para ser más visible. Se estira y da
un pequeño salto mientras emite un sonoro chasquido con su pico, al mismo
tiempo que agita las alas para producir el característico siseo que da nombre a
la especie. Parece que lo está consiguiendo, las hembras comienzan a acercarse.
No repara en que, por una cebada
contigua, un joven macho de sisón se ha acercado a las hembras intentando
desviar su atención. Cuando Tetro ve al intruso, se dirige como un bólido a por
él. Se posa a escasos metros y lo persigue a la carrera durante un buen trecho
hasta que el joven decide levantar el vuelo y desaparecer de la escena. Continúa
la persecución aérea durante un centenar de metros y vuelve nuevamente a su
parcela de exhibición, retoma los saltos, chasquidos y siseos. Está eufórico,
las hembras también han notado su superioridad y se acercan con disimulo. Ahora
es Tetro quien las sigue hasta la espesura del cereal. Seguramente, a lo largo
del día, copulará con todas ellas.
Han pasado dos semanas. Con los
prismáticos al cuello, intento localizar nuevamente a Tetro. Un rebaño de
ovejas pasta reposadamente en la lejanía. Al llegar a la altura de un pequeño
lavajo, un macho de pato cuchara sale volando con estrépito. Retrocedo hasta
una pequeña elevación. Monto el telescopio y espero. Entre los juncos sale la
pata seguida por siete pollos. Lo anoto, no es habitual la cría del cuchara
común. Guardo el telescopio en la mochila y continúo la marcha.
Al rato, por casualidad, descubro a
otro curioso habitante de las llanuras cerealistas. Un alcaraván me sale al
paso. Da vuelos muy cortos y se deja caer pesadamente, después camina con el
ala colgante, como si la tuviera rota. Intenta llamar mi atención para llevarme
hacia el lado opuesto donde ha situado su nido. Lo sé y después de disfrutar un
rato de la representación, empiezo a buscar el nido en dirección contraria.
Pero pronto desisto al notar la presencia de varios grajos por los alrededores
que podrían comerse todos los huevos del alcaraván. Ni siquiera reparo en que
he pasado a escasos metros del nido en el que el macho, agazapado al cobijo de
un cardo corredor, incuba los huevos sin inmutarse.
DIBUJO DE ANTONIO OJEA
“¿Dónde andará el sisón loco?”. Pienso
mientras continúo mi camino por el pastizal. Decenas de calandrias emiten sus
trinos aéreos sobre mi cabeza. Luego se dejan caer velozmente hacia el suelo
para remontarse de nuevo en una sinfonía interminable. Me siento en el suelo,
cierro los ojos y dejo trabajar a los oídos para deleitarme con tan bellos
sonidos. Dicen que el hombre inventó la música pero seguro que imitaron a la
orquesta de calandrias, alondras y cogujadas.
Tras este agradable descanso continúo
buscando al sisón. Al fin lo encuentro. Tetro intenta llamar mi atención y pone
en práctica todas sus artes disuasorias. En un cereal poco crecido, camina
agachado por el surco, dejándose ver. Se hace el alirroto. Deja que me acerque.
Después da un vuelo corto y vuelve a repetir la misma operación una y otra vez.
Las tres hembras están incubando en las parcelas contiguas. El sisón, al
considerarme como un posible depredador, quiere desviar mi atención sobre sí
para que la puesta de sus hembras no peligre. Muchos sisones han interpretado tan
bien el papel de heridos que han muerto víctimas de un error de cálculo en su
representación.
Como sé que la puesta de las hembras no
corre peligro, me recreo un buen rato con la actuación de Tetro, el sisón loco.
Música y teatro, qué más se puede pedir.
Regreso a casa contento.
DIBUJO DE ANTONIO OJEA
Al año siguiente, vuelvo al pastizal
esperando encontrarme nuevamente con Tetro y toda la compañía. Pero me llevo
una desagradable sorpresa al comprobar que todo el pastizal, incluido el pequeño
lavajo, han desparecido. En su lugar hay multitud de paneles solares, huerta
solar lo llaman, rodeados de un valla metálica. Recorro los alrededores andando
y todos los caminos circundantes en coche. Nada, no hay ni rastro de sisones ni
de alcaravanes. Lástima, una zona de cría de varias especies amenazadas perdida
nuevamente y ya van…
Mientras tanto, las poblaciones de
estas especies esteparias como sisón o alcaraván siguen decreciendo. La pérdida
de hábitat es una de las causas principales. Necesitan la alternancia de
linderos, pastos, barbechos, alfalfas... entre los cultivos cerealistas. Cada
día es más difícil observar determinadas especies que antes, sin llegar a ser
abundantes, estaban bien representadas en nuestra comarca. Cada año resulta más
complicado presenciar la magistral actuación de Tetro. Pero parece que su ausencia
no le importa a casi nadie. Muy pocos le conocen, es un actor desconocido. Me
causa una rara sensación el pensar que este loco desaparecerá de nuestra Tierra
de Arévalo sin que casi nadie le eche de menos. Tal y como están las cosas, es
probable que su extinción pase desapercibida.
Aunque sirva de poco, al menos, yo te
recordaré amigo loco.
En
Arévalo, a 18 de abril de 2012.
Luis José Martín García-Sancho
Artículo publicado en "La Llanura de Arévalo" nº 36 de mayo de 2012.
MAGISTRAL. Sin más. Me ha hecho usted disfrutar como un loco. Y recordar al mejor Delibes.
ResponderEliminarMuy bonito, Luisjo. Siempre genial.
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