domingo, 5 de enero de 2014

EN UN BAR







Vino en silencio.

Dio las buenas tardes en un tono casi imperceptible.

Metió los guantes en el bolsillo.

Pidió un café en la barra. Descafeinado de cafetera. Leche templada.

Pagó. Se llevó el café a la mesa. Una apartada. Solitaria.

El local estaba más vacío que lleno. Apenas cuatro mesas ocupadas. Dos personas en la barra. Más la camarera. La tele, al fondo, sin sonido. Una música suave de villancicos por los altavoces, apenas audible.

Se quitó el gorro, la bufanda, el bolso, el abrigo y lo dobló del revés por la mitad, con el forro polar hacia fuera. Lo colocó con cuidado sobre el asiento de la silla. El espejo, a su espalda, reflejada las luces nocturnas de la amplia avenida.

Abrió el bolso, sacó una tableta. La abrió. Comenzó a deslizar el dedo índice por la pantalla. Se paró en un archivo de imágenes. Elegía una, la ampliaba, la cerraba. Luego otra.

El reflejo de las fotos sobre los cristales de sus gafas impedía que los presentes vieran sus ojos humedecidos por las lágrimas. Aunque, en realidad, nadie miraba hacia la mesa.

Un hombre, también solitario, consultaba el As dejando ver la contraportada con una joven vestida únicamente con un tanga minúsculo. En otra mesa cuatro mujeres que ya no cumplían los sesenta se mostraban unos zapatos con un tacón de aguja de dimensiones prohibitivas para las leyes físicas. En otra, una pareja consumía un par de refrescos de cola mientras hablaban o discutían en tono algo más alto de lo normal. En la barra dos hombres en ropa laboral conversaban con la camarera de forma divertida a juzgar por las risas que se oían de vez en cuando.

A lo largo de la tarde las mesas se fueron vaciando y ocupando, varias veces.

Cuando la camarera se acercó a la mesa para decir que iba a cerrar, levantó sus ojos humedecidos y pidió perdón. Si se hubiera fijado en el reflejo de los cristales de sus gafas hubiera visto la foto de un niño de unos siete años señalando sonriente con su dedo índice hacia la cámara.

Cerró la tableta. Volvió a pedir perdón a la camarera que comenzaba a barrer por la barra, y se despidió con mismo tono imperceptible con el que había saludado.

 

Arévalo, 5 de enero de 2014

Luis J. Martín





 

3 comentarios:

  1. Conmovedor. Rezuma ternura y despierta interés. ¿Qué nexo unía al niño y al hombre? ¿Qué había ocurrido?

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    1. Gracias Ángel, prertendía crear esa incertidumbre en el lector. Aunque, en realidad, el personaje protagonista no queda especificado si es hombre o mujer. Cada cual imagina lo que puede ser, sin darse cuenta.

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  2. Me imagino que te imaginas lo que yo he imaginado.
    Caco

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