Una
noche vino el día
desde
la rama de espino.
El
sol se quedó enganchado
entre tu huerto y el mío.
Y
se hizo el día eterno,
cerca
de pueblos vacíos,
eterna
luz de rastrojos,
muertos, vivos y perdidos
Miramos
quitameriandas,
de
pétalos ennegrecidos
por
la luz del sol de noche,
con los ojos encendidos.
Y
maduraron los frutos
de
zarzamoras y endrinos,
escaramujos,
saúcos,
majoletas y durillos.
Cambroneras
apretadas
cornejos
enrojecidos
enebros,
cárdenas bayas,
dorada luz del membrillo.
Nadie
se quedó en el campo.
Ni
en tu huerto, ni en el mío,
donde
el sol quedó enganchado
en la rama del espino.
En
Arévalo, a veintiséis de septiembre de 2020.
Luis
J. Martín.
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