martes, 19 de marzo de 2019

PROCESIONARIA DEL PINO







Lo que se conoce como procesionaria del pino es la fase larvaria de una polilla (Thaumetopoea pityocampa). En su estado de larva u oruga  se alimenta de las acículas verdes de varias especies de coníferas: pinos, abetos y cedros.
Pinar de Arévalo de pinos negrales (Pinus pinaster) y albares (Pinus pinea) hábitat ideal de la procesionaria.

Esta polilla, como todos los lepidópteros tiene cuatro fases de desarrollo: Huevo, larva u oruga, pupa o crisálida y, por último, la fase adulta o imago.
El ejemplar adulto es la polilla y, por lo tanto, alado. Es de tonos pardos o grises y pasa bastante desapercibida. Las hembras ponen alrededor de 300 huevos todos agrupados en las acículas de los pinos y después muere.
Polilla de la procesionaria del pino. Foto de Francisco de Sande Velicia.

En cada uno de estos huevos se desarrolla un embrión, del que sale una larva, una pequeña oruga con los pelos urticantes.
Oruga de la procesionaria con sus pelos urticantes.

Todas las orugas eclosionadas, son por tanto hermanas y deambulan por las ramas del pino del que se alimentan. Cuando crecen, que coincide con el invierno, se agrupan en una especie de nido que confeccionan con su propia seda, conocido como bolsón. Generalmente es en forma cónica con el vértice hacia abajo, donde van cayendo una buena parte de los excrementos de la colonia. Suelen situarlo en la parte más distal de las ramas.
Bolsón en la típica forma de cono o uso.
En la parte inferior se agrupan la mayor parte de los excrementos.

Preferentemente comen de noche. Se alimentan de las acículas de los pinos, para ello salen de su bolsón hacia las ramas cercanas dejando una estela de seda a su paso, ya que este hilo les sirve para evitar caídas, se podía decir que, como las buenas montañeras, van con arnés y encordadas.
En la foto se aprecia la seda dejada durante los desplazamientos de las orugas por el pino.


Y así van creciendo día a día, comiéndose las acículas del pino que las acoge. Si el pino es pequeño le dejan literalmente sin una sola hoja y tienen que mudarse a otro para no morir. Aunque las coníferas atacadas por esta oruga se pueden debilitar, ninguna muere a causa de la procesionaria, en las dos fotos siguientes se ve un pimpollo desprovisto de su follaje por las orugas, pero se recuperó sin ningún problema.
En la foto superior se muestra un pimpollo atacado por la procesionaria después de haber sido desprovisto de todas sus acículas. A pesar de ello sobrevivió sin ningún problema. En la foto inferior se muestra el mismo pino dos inviernos después del ataque.


Generalmente en marzo o abril, cuando han engordado y crecido lo suficiente, las orugas descienden todas juntas del árbol huésped y en una larga fila, una detrás de otra, se dirigen a una zona arenosa del pinar  donde enterrarse. Esta curiosa y característica conducta de formar una fila o “procesión” es lo que da nombre a la especie. Además, algunos años suele coincidir con las procesiones de Semana Santa.
Fila o procesión de orugas.

Y así, en fila india, buscan una zona del pinar donde enterrarse. El pequeño sendero que dejan y la arena levantada y removida es el único rastro de su presencia. 
Las flechas indican el sendero dejado por las orugas antes de enterrarse.


Para enterrarse en la arena se hacen una bola y comienzan a contorsionarse hasta quedar completamente sepultadas.
Es estas dos fotos se aprecia como se van enterrando poco a poco.


Bajo tierra tiene lugar la fase de pupa o crisálida, cada oruga se encapsula en un capullo dentro del cual se transforma en crisálida. Cuando las condiciones son favorables, a las dos o tres semanas emergen las mariposas, que se emparejan en el mismo día y, tras la puesta, mueren.



Generalmente se tiene bastante miedo a esta oruga, se la considera una plaga que hay que erradicar, empleando para ello cualquier medio, hasta la fumigación con pesticidas peligrosos. Lo cierto es que en parques y jardines urbanos, en determinados años, sí se corren ciertos riesgos que pueden repercutir en problemas de urticarias severas e, incluso, la muerte de algunas mascotas que hayan lamido o ingerido alguna oruga. Por eso, para evitar riesgos, se suelen cerrar estos parques e intentar eliminar todas las orugas fumigando o retirando bolsones.
A veces en los pinares se hace una lucha biológica usando trampas con feromonas que atraen a los machos.
Una forma que casi no se usa en pinares es atacar a la oruga en el momento más frágil que es cuando se ha enterrado, una solución salina o ácida puede acabar con todas las incipientes crisálidas.
Pero la causa principal de estas, mal llamadas, “plagas” es el modelo forestal actual generado por y para el hombre, pues, para darle una mayor productividad, se eliminan todos los árboles viejos y se plantan monocultivos que ocupan grandes extensiones de terreno. Por tanto, todos los árboles son jóvenes, debilitando o alejando el control natural y espontáneo de la especie: los depredadores de orugas, que viven o se refugian en huecos o grietas de árboles viejos.
Herrerillo capuchino. Foto de David Pascual Carpizo.

Hay muchas especies  que se alimentan de la procesionaria en sus distintas fases. Entre las aves, el carbonero común, herrerillo común, herrerillo capuchino, carbonero garrapinos, mirlo común, zorzal charlo, cuco, críalo, urraca, arrendajo, corneja, abubilla... esta última es especialista en buscar y devorar las crisálidas enterradas con su largo pico .
Abubilla (Upupa epops)

Entre los mamíferos el lirón careto o varias especies de murciélago que capturan a la polilla en vuelo. Entre los insectos varias especies de hormigas, avispas y las chicharras, estas últimas depredan principalmente sobre los huevos. Las salamanquesas también comen polillas voladoras y algunos hongos se pueden alimentar y por lo tanto matar a una buena parte de las crisálidas sepultadas.
Pero para que este control natural se ejerza, se necesitan bosques mixtos, maduros, con árboles viejos y jóvenes, con árboles sanos pero también, secos y podridos que puedan albergar fauna muy variada, es decir biodiversidad, la cual se pierde de forma evidente en los cultivos forestales actuales, donde no hay huecos para que las aves o los murciélagos se refugien o críen, donde las especies insectívoras escasean por falta de alimento.
Cuando el ser humano hace las veces de natura para su propio beneficio generalmente se equivoca al alterar el hábitat de especies que son beneficiosas, desplazándolas e, incluso, haciéndolas desaparecer.
En el bosque y en natura, todo está relacionado, aunque la especie humana se empeñe, una y otra vez, en romper esa relación, ese equilibrio, buscando un beneficio a corto, muy corto plazo, cuando en realidad en la naturaleza un ciclo puede durar miles, incluso millones de años.
Así nos va.

En Arévalo, a diecinueve de marzo de 2019.
Luis José Martín García-Sancho.



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