sábado, 23 de julio de 2016

EL QUIJOTE EN LA NATURALEZA

Segadores (Foto "el rincón de Madrigal)

Luis José Martín García-Sancho

"Se de esperiencia que los montes crían letrados y las cabañas de pastores encierran filósofos" Esto es lo que dice el cura de la aldea de don Quijote a Eugenio, el cabrero enamorado, en el capítulo L de la primera parte.
El Quijote está lleno de referencias a la naturaleza: Animales, árboles, plantas, oficios o aficiones, accidentes geográficos... Por otra parte es normal que Cervantes utilice estas referencias pues la mayor parte de la historia transcurre a cielo abierto. Tanto la historia principal como los relatos secundarios están plagados de citas relacionadas con la naturaleza, lo que, sin duda, enriquece el texto.
La primera descripción que hace don Quijote en su primera salida es un amanecer: "Apenas había el rubicundo Apolo tendido por la faz de la ancha y espaciosa tierra las doradas hebras de sus hermosos cabellos, y apenas los pequeños y pintados pajarillos con sus harpadas lenguas habían saludado con dulce y meliflua armonía la venida de la rosada aurora", (Primera parte, capítulo II). Sin duda, Cervantes conocía que los pájaros suelen recibir a la aurora con sus cantos (arpadas lenguas). En tierras llanas y abiertas como lo son las del Campo de Montiel el grupo de los aláudidos (alondras, calandrias, cogujadas y terreras) tiene la sana costumbre de cantar especialmente al amanecer o durante las primeras horas del día, y Cervantes así lo recoge varias veces a lo largo de su novela.

Con sus descripciones nos da una pista de cómo era la Mancha en su época: "Los manchegos, ricos y coronados de rubias espigas", o "los que su ganado apacientan en las estendidas dehesas del tortuoso Guadiana, celebrado por su escondido curso". Pedro el cabrero, en el capítulo XII de la segunda parte, nos habla de la rotación de cultivos al decir: "Sembrad este año cebada, no trigo; en este podéis sembrar garbanzos, y no cebada". También hace referencia a otras regiones como "el olivífero Betis" o a Sierra Morena como "lugar inhabitable y escabroso" o "sierra áspera y escondida", entre otros mucho lugares.
También Sancho nos da una idea de las posesiones y hacienda de don Quijote al decir en el capítulo II de la segunda parte: "con cuatro cepas y dos yugadas de tierra" siendo la yugada una antigua medida agraria equivalente a 50 fanegas, algo más 32 hectáreas o, también, la porción de tierra que una yunta de bueyes puede arar en un día.
Yugada de bueyes

En algunos pasajes se aprecia la estrecha relación del hombre con la naturaleza hasta llegar al punto de la mera supervivencia, como cuando Cardenio cuenta en el capítulo XXVII de la primera parte: "Quedé a pie rendido de la naturaleza, traspasado de hambre (...) mi más común habitación es el hueco de un alcornoque, capaz de cubrir este miserable cuerpo". O como dice Marcela en el capítulo XIV de la primera parte: "Los árboles destas montañas son mi compañía, las aguas claras destos arroyos mis espejos, con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura".
También refleja aquello que el hombre ha aprendido de los animales o las virtudes que se pueden deducir de la observación de la conducta animal, vamos lo que en la era moderna se denomina etología: "que de las bestias han recibido muchos advertimientos los hombres y aprendido muchas cosas de importancia, como son: de las cigüeñas, el cristel; de los perros el vómito y el agradecimiento; de las grullas, la vigilancia; de las hormigas, la providencia; de los elefantes, la honestidad; y la lealtad del caballo". Esto es una reflexión de Cervantes en el capítulo XII de la segunda parte.

En aquella época los principales remedios curativos se sacaban de algunos animales pero, en especial, de las plantas, así en el capítulo XVIII de la segunda parte don Quijote le dice a Sancho: "ha de ser médico, y principalmente herbolario, para conocer en mitad de los despoblados y desiertos las yerbas que tienen la virtud de sanar las heridas". Muchas plantas silvestres, actualmente, tienen como nombre genérico "officinalis u officinale" refiriéndose a oficina que era el lugar donde el farmacéutico o boticario preparaba sus medicinas. Algunos ejemplos de los muchos que hay son: Romero: Rosmarinus officinalis, Valeriana: Valeriana officinalis, Diente de León: Taraxacum officinale... etc. El famoso bálsamo de Fierabrás está realizado con agua, aceite, vino, sal y romero, según le explica don Qujote a Sancho en el capítulo XVII de la primera parte: “Levántate, Sancho, si puedes, y llama al alcaide desta fortaleza y procura que se me dé un poco de aceite, vino, sal y romero para hacer el salutífero bálsamo; que en verdad que creo que lo he bien menester ahora, porque se me va mucha sangre de la herida que esta fantasma me ha dado”.
Romero (Rosmarinus officinalis)

En aquella época, en que el transporte se hacía a pie o sobre bestias, los prados, eran utilizados como las actuales áreas de servicio o gasolineras: "es el lugar que yo dije que era bueno para que, sesteando nosotros, tuviesen los bueyes fresco y abundoso pasto" o "desunció luego el buey el boyero, dejolos andar por aquel verde y apacible sitio". Por eso a los animales de carga o de montura se los nombra de muy diversas maneras: para asno: rucio, jumento, pollino, borrico o borrica, para caballo: rocín, hacanea, jaca, yegua o palafrén. También abunda: Mulo, macho, mula, acémila, buey, bestia... etc.
Por eso el trato del hombre con los animales era mucho más íntimo y estrecho que en la actualidad, así lo deja ver Eugenio, el cabrero, en el capítulo L de la primera parte: "Rústico soy, pero no tanto, que no entienda como se ha de tratar con los hombres y con las bestias". Por este mismo motivo había decenas de oficios o aficiones relacionados con animales o vegetales. Estos son algunos de los que aparecen, en muchos casos, tanto en masculino como en femenino: Labrador, campesino, cazador, pastor, cabrero, mozo de mulas, carretero, segador, boyero, palafrenero… entre otros.

Uno de estos oficios es el de arriero, que es quien trajina con animales de carga, en especial mulos. Uno de estos arrieros es un morisco de Arévalo, emparentado con el historiador musulmán Cide Hamete Benengeli, personaje creado por Cervantes como ficticio autor de su novela, tal vez, como crítica a otros historiadores de la época algo descuidados en su trabajo. Así lo cuenta en el capítulo XVI de la primera parte mientras don Quijote está en la venta de Juan Palomeque "el Zurdo": "Sucedía a estos dos lechos el del arriero, fabricado, como se ha dicho, de las enjalmas y de todo el adorno de los dos mejores mulos que traía, aunque eran doce, lucios, gordos y famosos, porque era uno de los ricos arrieros de Arévalo".

En Arévalo a dos de agosto de 2015

Publicado en La Llanura nº 75, de agosto de 2015.

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