viernes, 12 de diciembre de 2014

SALIDA 207


 Luis José Martín García-Sancho
 
Aminoro un poco, hasta que el velocímetro se pone a 110.
Esta área de servicio me pilla a mitad de camino. En un par de horas estaré en casa, así que es el sitio ideal para hacer una parada. Doy el intermitente de la derecha y reduzco a cuarta en el carril de deceleración. Me dirijo a la cafetería. Hay muchos aparcamientos libres, aminoro hasta segunda y, cuando me dispongo a aparcar en batería, un coche que viene de la gasolinera se cuela bruscamente en el sitio que ya había elegido. Tengo que frenar en seco para no colisionar.
Me dispongo a pitar pero pienso que no merece la pena, ha sido un día duro, lo único que quiero es mear, tomar un café, estirar un rato las piernas y llegar a casa cuanto antes. Aparco justo delante de la puerta, desciendo y cierro mientras subo la rampa de la entrada. Coincido con un grupo de personas que salen, me aparto para que pasen y me encamino directamente a los servicios.
Un hombre de mediana edad se seca las manos. Doy las buenas tardes, no obtengo respuesta. Me dirijo a los urinarios y me pongo a mear. Cuando estoy en ello, el aire deja de salir por la tobera y el hombre se va. Cuando me la estoy escurriendo la luz se apaga. Mis ojos tardan un rato en acostumbrarse a la penumbra. Voy despacio hacia los lavabos pero nada, la luz no se enciende, muevo los brazos como saludando a un fantasma, la luz sigue apagada. Me lavo a oscuras y me refresco el rostro con las manos húmedas. Cuando me estoy secando entran un padre y un hijo, la luz se enciende automáticamente. Me quedo mirando el sensor con extrañeza y salgo.
Pido un café con leche en la barra, insisto en que la leche esté templada. El camarero parece asentir pero mira hacia la máquina tragaperras. Me giro un instante, una mujer parece regañar al camarero. Me entretengo un rato mirando una vitrina con llaveros. Cuando vuelvo a la barra encuentro un café humeante, voy a protestar pero el camarero sigue intentando dialogar con la mujer de la máquina tragaperras. Echo un poco de azúcar, tan solo unos granos, doblo el sobre y lo dejo en el plato, agito enérgicamente con la cucharilla, soplo un rato y comienzo a beber a pequeños sorbos.
Una pareja joven se acerca a la barra piden un café con leche y un descafeinado de máquina con leche templada. El camarero deja al instante lo que está haciendo para preparar los cafés. Veo perfectamente como añade un poco de leche fría a la jarra de leche caliente. Los pone con cuidado sobre la barra al lado de la pareja recién llegada.
Acabo el café y pregunto qué se debe. Nada, ni caso, el camarero sigue discutiendo con la mujer de la tragaperras. Insisto sin resultado. Espero un momento intentando no perder la paciencia. En ese instante la pareja pide la cuenta, el camarero se acerca inmediatamente sonriente y dice: “Dos veinte, por favor”, mientras deposita el recibo en la barra. Me quedo mirándole con signos evidentes de enfado. “¿Me cobra, por favor?”. Grito una vez más casi delante de su cara. Pero retoma la discusión con la de la tragaperras.
Iba a dejar un euro con diez en la barra, pero pienso: “Que le den por culo”, y me marcho sin pagar. Antes de llegar a la puerta me giro. Veo a la mujer de la tragaperras agitando la cucharilla en la taza que yo acabo de beber, lo sé por el sobre de azúcar que he dejado doblado en el plato. Me acerco a la puerta pero no se abre, casi me estrello contra el cristal. Retrocedo y vuelvo a intentarlo, nada. Después de realizar el tercer intento, la pareja que ha estado en la barra se aproxima y la puerta se abre automáticamente. Salgo deprisa sin entender nada.
Subo al coche y, como de costumbre, llamo a casa.

- Dígame -contesta Sonia al otro lado.
- Hola cariño –respondo muy contento-, en un par de horas estoy allí. Estoy deseando llegar. Ha sido un día duro y extraño. Ya te contaré.

Un largo silencio me incomoda.

- ¿Cariño? –repito-, ¿estás ahí?
- No tiene gracia –oigo por fin a Sonia enfadada- ¡Richar, ponte un momento!

Por un instante escucho a Sonia hablar con alguien.

- Pero Sonia –insito-, si yo soy Richar.
- No sé quién eres tú –dice una tercera persona- pero te aseguro que Richar soy yo.

Cuelgo estupefacto. En la voz que he escuchado me reconozco a mí mismo.
Entonces, ¿quién soy yo?

Arévalo, a 11 de diciembre de 2014.


 

 

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