Otoño en el Adaja. Luis J. Martín.
En el campo, el otoño es momento de cambios importantes.
Me choca mucho cuando nuestros políticos afirman que para
paliar la crisis hay que suprimir a los interinos de las instituciones públicas.
Seguramente, dos de las más dañadas serán Educación y Sanidad. Tanto en centros
públicos de enseñanza: colegios, institutos y universidades, como en centros
públicos de asistencia sanitaria, es decir, ambulatorios y hospitales.
Por lo tanto, es posible que volvamos a ver aulas con más de
treinta alumnos en nuestros colegios y listas de espera para consultas o
intervenciones quirúrgicas que agoten la paciencia del pobre paciente, nunca
mejor dicho. Dicen que lo hacen para ahorrar ante la crisis pero, lo curioso
del caso, es que se dan situaciones en las que pacientes, con una determinada
dolencia, son citados para hacerse las correspondientes pruebas costosas, o muy
costosas, con tal retraso que la dolencia ha desaparecido. Gasto innecesario, entonces,
y posible fallo del sistema de prevención.
Mal vamos.
En la naturaleza esto no pasa así, cada cual tiene su puesto
y todo encaja perfectamente. Tomando como ejemplo el mundo de las aves, las hay
que tienen puesto fijo: Estas son las especies sedentarias, también llamadas residentes. Hay otras que sólo “trabajan”
durante la primavera y el verano: Se trata de las especies estivales que acuden a esta tierra nuestra a reproducirse para así
perpetuar la especie. Cuando las especies estivales nos abandonan, su lugar lo
ocupan otras aves que vienen del frío y lejano norte o de las montañas a pasar el invierno en las
campiñas castellanas: Son las especies invernantes.
Grulla común. Dibujo de Anotio Ojeda
Estas especies que no tienen “plaza en propiedad” se pueden
considerar como interinas pero, como veremos, sus estancias se suceden y
encajan perfectamente. Hay casos muy curiosos en los que el “interino” estival
y el invernal ocupan el mismo espacio y utilizan el mismo recurso alimenticio.
Por citar un ejemplo: El aguilucho cenizo, llega del continente africano, allá
por el mes de marzo/abril y se alimenta de pequeños roedores entre los campos
de cereal, dando para ello vuelos rasantes, con los que parece acariciar las
mieses con las puntas de sus alas. Entre agosto y septiembre regresa a África.
Lo curioso es que cuando el cenizo se va, llega del norte su primo mayor, el
aguilucho pálido, que ocupa el mismo territorio y se alimenta también de
roedores y con el mismo sistema de vuelo. Este es sólo un ejemplo pero hay
decenas de ellos: El cernícalo primilla o el alcotán son sustituidos por el
esmerejón. Al bisbita campestre lo reemplaza el bisbita pratense. A las
cigüeñas las grullas. Lavandera boyera por lavandera cascadeña. Collalba gris
por pinzón real o lúgano…
Hembra de aguilucho cenizo. Luis J. Martín
La avutarda, por ejemplo, se alimenta todo el año de granos, plantas
e invertebrados entre las llanuras cerealistas, pero en otoño llega la grulla
y, ambas especies, comparten el mismo nicho ecológico y el mismo tipo de
alimentación. No hay peleas, ni ceses, ni despidos. Hay campo para todas ellas,
no pasa nada. Incluso se suma a este trabajo temporal el ganso común para
suplir el espacio dejado por el sisón o el alcaraván que hace poco marcharon a
tierras extremeñas. Como podemos comprobar, todo vuelve a encajar de nuevo.
Aguilucho cenizo macho. Dibujo Antonio Ojeda
Incluso, se da el caso de que algún interino decide hacerse fijo
y tampoco pasa nada. La naturaleza es sabia y sabe asimilar todos estos cambios
sin inmutarse. Este es el caso, por ejemplo, de la cigüeña blanca. Normalmente,
estas simpáticas zancudas, abandonan torres y campanarios, campos, lagunas y
ríos a finales de agosto. Pero, últimamente, unas cuantas cigüeñas se resisten
a abandonarnos y se quedan en nuestros pueblos y lagunas. Hace ya bastantes
años que las torres de Santa María o del Salvador, acogen a alguna cigüeña que se
queda a dormir o a descansar en la época en la que sus compañeras han partido
hacia África, atravesando el desierto del Sahara en un vuelo épico. Supongo que
dirán: “para qué pasar calamidades en tierras tan inhóspitas cuando tenemos
asegurada la comida en casa”.
Algunos ecólogos achacan este cambio en la conducta de las
aves migratorias al calentamiento global. La clave, entonces, parece estar en
estos “interinos” de la naturaleza. A una gran mayoría nos asalta una duda:
Este cambio climático evidente, ¿es producido por el hombre o se trata de un ciclo
térmico completamente natural? Sin buscar polémica, me resulta acertada la
teoría de que los cambios climáticos se vienen produciendo de forma cíclica
desde la noche de los tiempos. Pero, y ahí entramos los humanos, todas las
actividades realizadas por la especie humana, especialmente desde finales del
siglo XIX, han producido la aceleración del proceso.
Esto de eliminar interinos para paliar la crisis que
pretenden hacernos tragar nuestros políticos, no es más que eso: Un mal trago
innecesario. Podemos aprender de las aves, del campo, de la naturaleza. Señores
representantes de la voluntad popular, con un poco de colaboración se
soluciona: Dos o tres mensualidades sin pagar a todos nuestros políticos y esta maldita crisis se suaviza. Además,
sin la necesidad de prescindir de buenos profesionales interinos, convirtiendo en
fijos a los mejores para que nuestro sistema sanitario o educativo no se resienta.
Igual que lo hacen bisbitas y lavanderas desde hace decenas de miles de años.
Antes incluso de que los autodenominados hombres que piensan hubiéramos
aparecido sobre esta tierra que nos acoge y que algunas mentes pensantes
consideran suya.
A menudo miramos pero no vemos. Oímos, pero no escuchamos.
Respiramos, pero no olemos. Tragamos, pero no saboreamos. Tocamos, pero no
acariciamos. Andamos, pero no avanzamos ni un milímetro, más bien retrocedemos.
La naturaleza es sabia. Realmente, pienso que nos da cien vueltas. Creemos que
dominamos la tierra, pero no es más que un sueño. Porque, en realidad, la tierra
no nos pertenece. Al contrario, nosotros pertenecemos a la tierra.
Es sencillo, aprendamos de ella.
En Arévalo a 25 de
octubre de 2011.
Por: Luis José
Martín García-Sancho.
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