EL
PUENTE ROMANO (*)
“Impune
et vindice nullo”
(Impunemente y sin que nadie se oponga ni
reclame)
Puente de Valladolid sobre el río Adaja en la localidad de Arévalo.
El profesor Emilio Rodríguez Almeida no vio publicado su último trabajo de investigación arqueológica “PUENTES HISTÓRICOS DE LA PROVINCIA DE ÁVILA”, pues murió unos meses
antes de su publicación. Nacido en 1930 en Madrigal de las Altas Torres,
licenciado en Arqueología en el Instituto Pontificio de Arqueología Cristiana
de Roma, doctorado en epigrafía, dedicó una buena parte de su vida al estudio e
investigación de la antigüedad clásica y la arqueología romana.
Fue profesor o impartió clases en multitud de prestigiosas
universidades: Roma, Bari, Viterbo, Perugia, Madrid, Barcelona, Santander,
Sevilla, Aix-en-Provence, Marsella, Berna, Basilea, Lausana, UCLA, UC Irvine,
Stanford, Berkeley, Pennsylvania…
Es autor de multitud de publicaciones
relacionadas con sus trabajos de investigación. Fue miembro de número del Instituto
Arqueológico Alemán, entre otras instituciones. Doctor honoris causa por la
Universidad de Sevilla en 2001 y Premio de Castilla y León de Ciencias Sociales
y Humanidades en 2011. Falleció el año 2016 en Valladolid.
Emilio Rodríguez Almeida en el año 2011. (foto El norte de Castilla)
En su libro sobre los puentes de Ávila, aparte
de una descripción detallada de más de 200 puentes, nos habla de su estado
actual y, también, de cómo la administración actúa en ocasiones en contra de la
conservación del propio monumento, poniendo, además, el clarísimo ejemplo del
Puente de Valladolid o de “San Pedro“ en Arévalo, haciendo un llamamiento
urgente de esta manera:
“Es más, a ellos (los puentes) en general y
singularmente, habría que dotar por parte de las administraciones regionales o,
al menos, provinciales de un particular título BIC que obligue a todos a
su preservación a ultranza. Todo lo que esté por debajo de esta medida
conducirá seguramente en el futuro a otras lamentables pérdidas monumentales
que no podemos permitirnos.”
La obra del profesor Rodríguez Almeida merece
estudio, respeto y reflexión por parte de todos, especialmente de aquellos que
por su cargo o estudios pueden hacer algo para preservar un determinado monumento
y no lo hacen.
Como el capítulo dedicado a los puentes de
Arévalo tiene múltiples fallos de edición (con graves erratas y el texto se hace
casi ilegible e incomprensible debido a los saltos que da entre diversos puentes,
mezclando párrafos de unos donde se debería hablar de los otros), a
continuación reproduzco de forma íntegra el texto relacionado con el Puente de
Valladolid de Arévalo de esta magistral, aunque mal editada, obra del Profesor
Rodríguez Almeida:
“Una última palabra para las plazoletas de
acceso y espera. Los puentes antiguos gozan de anchos de vía (ya lo hemos dicho
anteriormente) relativamente reducidos incluso para el tráfico rodado del
tiempo en que fueron concebidos; son anchos que van de los 12-14 pies romanos
(3.6-4.20 m) a los 18 (5.4 m). El tráfico simultáneo de dos vehículos en
direcciones contrarias resultaba poco menos que imposible en la generalidad de
los casos. Por esta razón era necesario regular el tráfico alternando y ceder
la preferencia: una necesidad que obligaba a dotarlos, como mínimo, de
ensanches entrombados a los extremos y, en los mejores casos (puentes largos),
de verdaderas plazoletas sobre uno o sobre ambos lados de la vía, cuando esta
era perfectamente visible de extremo a extremo. Un caso abulense bien
observable es el puente de Valladolid o de San Pedro, puente plano (sin lomo)
con ensanches y plazoletas dobles (una desaparecida por agresión de la
carretera moderna al extremo norte) a ambos extremos.”
Dibujo del profesor Rodriguez Almeida del puente de Valladolid, fachada contracorriente y vista superior con las plazoletas de acceso.
(…)
“No hablemos de la amencia de intervenciones
agresivas, violentísimas, que no pueden contar con una mínima justificación
sino en rarísimas, prácticamente inexistentes eventualidades. Hablo de las
nuevas obras, privadas y, sobre todo, públicas (como las grandes carreteras),
que en vez de evitar males semejantes con soluciones las más de las veces de
modesto empeño económico, agreden descaradamente, destruyen más o menos
parcialmente, afean gravísimamente monumentos de gran belleza y valor
histórico. Tres casos que representan otros muchos.
En Arévalo, el magnífico puente de Valladolid o
“de San Pedro”, una obra de origen (testimoniado arqueológicamente) romano, de
grandísima monumentalidad, dignificado por una inscripción de Carlos III
conmemorativa de una restauración importante, gravemente lesionado por enormes
desprendimientos de la fachada contracorriente (en total, más de 60 de los 110
metros de su longitud), debilitado gravemente por la exposición a la
intemperie de su “alma” o relleno interno de adobe, para colmo de las
desgracias, aparece atacado gravemente a
uno de sus extremos por el “choque” violento de una nueva carretera que hubiera
podido evitarlo sin mayores problemas. Fomento, en este caso, ha obrado impune, la administración comunal y
provincial han asistido al desastre sin mover un dedo, vindice nullo, Una situación demencial, Una, entre tantas.”
(…)
“1.2.2
Puente de Valladolid (o de San Pedro) y pontón mudéjar frente al cementerio.
Cada uno de estos puentes tiene nombres de
diverso significado. A veces el de su destino o dirección; otros, de una
iglesia o ermita cercana; otras de sus características físicas; en el caso que
nos ocupa, el de “San Pedro”, se refiere a una iglesia desde la que se
descendía (cercanías del castillo; hoy la iglesia no existe, pero en el pasado,
tal vez por la presencia de una inscripción romana, se interpretó que se
encontrase sobre los restos de un templo de Minerva); el tercer nombre “del
cementerio”.
El puente de Valladolid es el de “San Pedro”, el más espectacular puente por sus dimensiones, forma y características
constructivas constatables, así como por su origen que podemos calificar sin la
menor duda como romano (veremos luego por qué). Es largo, 138 m, ancho 5.5
entre parapetos, con los parapetos 6.
Desde el punto de vista constructivo,
aparentemente hay muy pocas diferencias respecto al anterior: Estructura de
fachadas en rajuela con recursos de ladrillo, en fajas de 0.8 m y “tiras” de
doble ladrillo intermedias. Como en el caso anterior, los dos ojos mayores en
el eje de corriente están contenidos lateralmente por altos rodrigones dentados
de ladrillo al centro y a los extremos. Los parapetos aparecen “cosidos” a la
cima de pared y a los parapetos con pilas de ladrillo altas 2 m, no llevando
línea ladrillada “de recurso” en la cima, porque el embrague latericio de la
fachada no supera los 10 m sobre el pelo del agua y faltando al coronamiento
casi cinco.
Dos (en diverso estado de conservación) son los
restos de las plazoletas de espera a los extremos (los parapetos se abren
afuera a “forceps”). En la del S, cubierta de hierbas que la han salvado, se
conserva la inscripción dedicatoria de restauraciones de Carlos III, que
debería ser fijada nuevamente al muro (se encuentra en tierra y llevársela es
tan fácil como “goloso” para los cazadores de souvenir). Dice así:
REINADO/ CARLOS III/ Y SIENDO SU COR(RE)G(IDO)R
DE/ ESTA VILLA D(O)N JUAN/ ANT(ONI)O DE UEINZA Y ABAD/ SE REDIFICARON/ ESTAS
OBRAS A LAS/ Q(U)E CONTRIB(UYERO)N LOS PUE/ BLOS DE 30 LEGUAS/ EN CONTORNO AÑO/ DE
1781.
Véase el dibujo 29. Y nótese, de paso, que la
inscripción, dado el valor jurídico-administrativo, nos enseña hasta qué punto
los territorios afectados favorablemente por la presencia del puente estaban
gravados económicamente en su manutención.
Dibujo del profesor Rodríguez Almeida sobre la placa abandonada en el Puente de Valladolid.
He tenido ocasión, en diversas circunstancias y
sedes, de ocuparme del lamentable estado en que este puente, tal vez el más
bello y más interesante, se encuentra. Pero veámoslo primero en sus
características constructivas, para darnos luego cuenta de sus fallos
estructurales y su penoso estado. El puente es largo, unos 107 m; incluidas las
plazoletas, unos 138 m; ancho unos 5 m, con la calzada cubierta y en mal estado.
La estructura consta de dos fachadas altas
sobre el pelo del agua en magra cerca de 17 m (aunque hoy, debido a la falta de
limpieza y a la abundante e inculta vegetación el cauce encenagado haya ganado
en altura hasta más de 4 m) y su longitud, como hemos notado más arriba, llega
a los 138 m. Los fondos de sus pilares son de cantería de buena calidad, al
menos en 5 de sus siete arcos; de ellos se alzan los pilares de ladrillo a
diversas alturas, lo que demuestra que la estructura actual se eleva sobre
soportes no suyos, esto es, anteriores; lo cual, visto que el resto de la obra
es gótico-mudéjar de los siglos XIII-XIV, no puede más que ser romana.
Una característica que otros detalles menores confirman, por ejemplo, el hecho
de que en los arcos mayores vemos que el ladrillo que parte de los pilares se
apoya sobre dovelas notablemente movidas, no a plomo con el resto del dovelaje
inferior. Otra: los dos últimos arcos al E tienen en sus apoyos inferiores una
sillería del todo particular no usada en la Edad Media. Son bloques, aparte de
perfectos, almohadillados, a la manera clásica, de nulo uso hasta el
Renacimiento (y es impensable que las partes mudéjares hayan sido superpuestas
después de la época renacentista). Por tanto, es evidente que estos pilares
almohadillados demuestran un origen romano de la estructura pontual.
Sillares de granito almohadillados en el séptimo arco del puente de Valladolid.
Aparte de lo dicho para su antigüedad, el resto
de las características de las fachadas es sustancialmente el mismo que el del
Puente de Medina ya visto: arcos apuntados de mandada de ladrillo ligeramente
reentrante en la baja y más pequeña, cada uno de ellos envuelto en un alfiz
(los dos centrales los han perdido en sucesivas restauraciones, pero quedan acá
y allá sus restos visibles). Entre ellos, los consabidos recursos de doble
línea de ladrillo dividiendo el haz de la fachada en fajas de casi 1 m de
altura (no sabemos cuánto y qué signifiquen, a efectos de cronología, las
diferencias de anchura de las cajas de rajuela entre recursos planos de
ladrillo, pero valdría la pena investigarlo). En el coronamiento, entre el
cuerpo de la fachada y los parapetos, encontramos a intervalos distanciados de
2.5 metros de media, pilarcillos de ladrillo de “costura” con los parapetos y,
a intervalos irregulares, por debajo del pavimento de la calzada, gárgolas de
desagüe en piedra, características, sobre todo, de los puentes planos y sin
“lomo de asno”. Quedan leves testimonios de los viejos tajamares, pero tan
reducidos que son casi inobservables con el necesario detenimiento.
Pilarcillos de ladrillo que cosen el parapeto al muro.
Los arcos de alivio (3) se encuentran al lado O
y están situados, parece ser, sobre dintel continuo de ladrillo (hoy no
visible). La pendiente del margen O, menos rígida que la contraria, ha
provocado un progresivo enterramiento, ya notado como un peligro al momento de
las restauraciones del siglo XV.
La fachada a monte presenta una característica
(seguramente idéntica en los grandes puentes) particularmente peligrosa para la
estabilidad: el “alma” entre “hojas de fachada” es un tapial de adobe. No
existiendo (al parecer) elementos tirantes entre las fachadas, el adobe, hinchado
por la lluvia ha ido empujando progresivamente la fachada contra corriente
abriendo dos grandes brechas; a sudoeste, una (peligrosísima) de hasta 38 m de
longitud por siete de profundidad (hasta las cervices de los arcos). Al lado
nordeste hay otra de 26 m de longitud por una profundidad aún mayor (12 m) que
la de la precedente, debido, probablemente, a la mayor rapidez y empuje de las
crecidas sobre una vertiente más vertical que la opuesta (dibujo 30).
Teniendo en cuenta esta situación y la cegazón
total de los arcos de alivio, es de notar que, en caso de grandes crecidas, se
crea contra el puente una presión poco menos que insoportable para la
estructura, de modo que el peligro de ruina total de este espléndido monumento
es, no solo real, sino a todas luces, no lejano en el tiempo, si bien las
presas reguladoras especialmente de “Las Cogotas”, en Cardeñosa, han limitado
mucho este peligro.
También para este puente constan reparaciones
en 1547 y 1549.”
(FIN DE LA TRANSCRIPCIÓN)Cronistas e historiadores han hablado siempre de la presencia romana en Arévalo sin encontrar en el casco urbano los restos arqueológicos que así lo atestiguaran: un posible templo a Minerva, después reconvertido en iglesia de San Pedro ya desaparecida, piedras romanas reutilizadas en muros y esquinas de iglesias... y en las cercanías: el pontón romano de la Vega cerca de la estación, restos de asentamientos romanos por las inmediaciones de Arévalo, la presa romana del Arevalillo a ocho kilómetros de la ciudad... cuando en realidad los restos romanos siempre han estado ahí, en el puente de San Pedro o de Valladolid. El profesor Rodríguez Almeida así lo vio y así lo expuso en su trabajo sobre los puentes históricos de Ávila: la estructura gótico mudéjar de los siglos XIII-XIV del puente de Valladolid se levanta sobre las ruinas de un puente romano, perfectamente visibles en el tercio inferior del monumento.
(*) Que las palabras y reflexiones del profesor Rodríguez Almeida nos hagan pensar y llevar al Puente de Valladolid a su definitiva restauración y a su merecidísima declaración como Bien de Interés Cultural, por ser un puente medieval de factura gótico mudéjar, pero de origen, testimoniado arqueológicamente, romano. Todo lo demás es hacerle de menos.
En Arévalo, a ocho de diciembre de 2017.
Luis José Martín García-Sancho.
ENLACES RELACIONADOS:
Puente de Valladolid y puente nuevo del cementerio "comiéndose" los últimos metros del monumento. (Foto: David Pascual Carpizo)
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