Martín pescador. Foto de David Pascual Carpizo.
-
¿Te vienes a dar un paseo a la perra?
Me
pregunta María mientras busco fotos en el ordenador
-
No, estoy preparando un artículo sobre las cuestas de los ríos y no encuentro
unas fotos que hice el año pasado.
-
Anda vente, si no tardamos nada -insiste María-. Voy al Arevalillo, bajamos por
el castillo y, en lugar de subir por el puente de los lobos, subimos por el de
los barros.
- Ya
se ha secado -respondo a modo de escusa-. Hace tiempo que no sueltan agua desde
la balsa de Nava de Arévalo. Con la vida que tendría el río si le dotasen de un
caudal ecológico.
-
Todavía tiene algo de agua en algunos tramos -me rectifica María-. Ayer tuve
que atar a Noah porque se quería meter en el agua y se iba a poner perdida de
barro.
- Pero
será agua estancada en algunas charcas profundas -repito-. Ya no tiene
corriente.
-
Bueno -me corta María-, ¿te vienes, o no?- No, prefiero acabar el artículo -hago una pausa pensativo-...Venga, sí. Apago el ordenador y me voy contigo a dar un paseo a Noah.
Antes,
no perdonaba ni un solo domingo sin salir al campo y arrastraba conmigo a mis
hijos. Ahora, son ellos los que me arrastran a mí. Me calzo, cojo la cámara, dudo
un momento si llevarme los prismáticos pero al final los dejo encima de mesa, y
nos vamos Noah, María y yo hacia el castillo. Recorremos la plaza del Arrabal,
no hay casi nadie, atravesamos el arco del Alcocer. La oficina de turismo está
abierta pero sin turistas. Seguimos por la plaza del Real, sin palacio Real. A
la derecha se ven las ruinas de la casa natal de Eulogio Florentino Sanz, así
lo recuerda una placa en su fachada. Unos turistas que leen un panel situado
cerca del templete nos preguntan por el palacio Real donde vivió de niña la
reina Isabel. Les contestamos que fue derruido en los años setenta y les
señalamos, no sin cierta vergüenza, los nuevos edificios donde se ubicaba tan
histórico monumento. Recorremos la calle
de Santa María, dejando a la izquierda varias ruinas de nobles palacios y casas
hundidas y valladas ante el riesgo de derrumbamientos. Pasamos bajo el arco de
la torre, seguimos hacia la plaza de San Pedro, donde descansa oculta y cerrada
a cal y canto la vetona marrana cárdena, y seguimos por Santa María al Picote
hasta llegar al castillo. Aunque son casi las doce, en todo el recorrido nos
habremos cruzado con un par de personas. La parte más monumental de Arévalo
está casi desierta, abandonada, olvidada. La gente prefiere vivir lejos del
casco antiguo, no entiendo muy bien por qué.
María y Noah. Foto Luis J. Martín
Aquí
María suelta a Noah. Dejamos a un lado la bodega de Perotas y bajamos hasta el
río Arevalillo por el camino. La perra se vuelve loca empieza a correr, a oler,
a subir, a bajar. Tan pronto aparece, como desaparece entre la vegetación.
Remontamos el cauce seco del río hasta llegar al puente de Medina. Si impresiona
verlo desde arriba, desde aquí cobra mayores dimensiones, se puede decir que es
la mayor obra civil del mudéjar. Pasamos bajo uno de sus ojos y nos asomamos
por una de las galerías que dan paso al ojo siguiente, por donde pasa el río...
cuando tiene agua.
Efectivamente,
junto a los pilares del puente queda una pequeña charca de unos diez metros de
larga por dos o tres de ancha. Miramos hacia el agua y descubrimos que cientos
de peces, seguramente bermejuelas, nadan de un lado a otro sin escapatoria.
Descubrimos, también, varias culebras viperinas que serpean y se retuercen
intentando pescar a los prisioneros. Mientras miramos las maniobras de los
reptiles, un bólido turquesa de brillos metalizados pasa ante nuestros ojos
durante una décima de segundo, mientras emite un agudo y seco reclamo y desaparece
entre unos carrizos cercanos.
Culebra viperina en el Arevalillo. Foto Luis J. Martín
-
¿Lo has visto María? -pregunto a mi hija- Seguro que era un martín pescador.
- Si
he visto pasar algo -contesta María-, pero no me digas que era.
- Te
has fijado que era pequeño y de color turquesa metalizado...
Mientras
intento explicar a mi hija cómo es un martín pescador, el ave regresa y se posa
en una piedra junto a la charca de los peces. Sólo un segundo porque Noah se
asoma más de la cuenta y lo espanta.
- Está
pescando en la charca -continuo explicando a María- y mientras haya peces tiene
la comida asegurada. Seguro que volverá. Fíjate, este bicho tan pequeño es
quien da nombre a nuestro apellido. Se lo tengo que decir a David para que
intente hacerle una foto.
- A
David Pascual, ¿no? -pregunta mi hija-, seguro que con el equipo que tiene
consigue unas buenas fotos.
- Y
la paciencia -apostillo-, mucha paciencia.
Seguimos
andando por la ribera derecha del Arevalillo. Un cartel metálico nos avisa
sobre el riesgo de desprendimientos. La ladera ha cedido bajo una fallida construcción
de muralla, se ha deslizado, quizás por exceso de peso y un terreno muy suelto
y sin árboles que lo sujeten con sus raíces. Me entretengo haciendo fotos a las
cambroneras, un arbusto espinoso muy abundante en esta ladera que mi buen amigo
Pepe Rodríguez ha identificado hace poco como Lycium barbarum. Es la única planta leñosa que crece en estas cuestas
con éxito y que se ha comportado como un eficaz cortafuegos en los incendios de
ladera.
Después
de comer llamo a David Pascual. Me responde entusiasmado que tiene dos días
libres. Esa misma tarde le veo en el puente para localizar el mejor sitio donde
poner su escondite y un posadero.
Todo
ha sido favorable: María ha conseguido que salga al campo sin pretenderlo, la
charca tiene el agua justa y repleta de peces, se ha dado la coincidencia que
pudimos ver al martín pescador una décima de segundo y, por último y más
importante, David Pascual tiene dos días libres para poder tomar esta magnífica
fotografía que da nombre a mi apellido.
Este
es el resultado y la historia de una fotografía de David Pascual Carpizo. Un
buen fotógrafo. Un buen amigo.
En
Arévalo, a 31 de agosto de 2014
Luis José Martín García-Sancho.
Martín pescador, foto de David Pascual Carpizo.
Qué bonito relato, mejor vivencia y grato recuerdo. Pronto pasearemos juntos de nuevo papá. (lupus_lynx)
ResponderEliminarQuedan muchos paseos que se convertirán en nuevos recuerdos.
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