Paco
Mazas es un pastor con 100 ovejas merinas y dos carneros de gruesos cuernos
enrollados. Quiere llevarlas hasta Béjar donde con su lana fabricarán los
mejores paños del reino. De Olmedo irá a Arévalo, luego a Peñaranda, de allí a Alba
de Tormes y, finalmente, a Béjar donde las esquilará, venderá su lana y así, con
lo que saque, podrá pasar el verano en los verdes pastos de la sierra. Su abuelo
ya lo hacía así, después fue su padre y ahora que su padre es un anciano le
toca a él hacer la trashumancia.
Mustio con su carlanca y Holgazán, los mastines de Paco Mazas
Por
compañía lleva tres perros, dos mastines desgarbados y la Perra Chica, lista
como el hambre. El más viejo es el de los hierros, al que llama Mustio por la expresión
de tristeza que siempre tiene en su cara, está armado con una carlanca para
defenderse del ataque de los lobos. Y al más joven lo llama Holgazán por lo
poco que le gusta correr y lo mucho que quiere descansar. La Perra Chica es
cariñosa y muy obediente, sabe arrear al ganado y hacer volver a cualquier oveja descarriada al rebaño. Si los mastines son su defensa, la Perra Chica es
su ayudante y su compañera de camino. Habla mucho con ella y la perra se le
queda mirando con una chispa en los ojos que parece que le entiende. En
aquellas largas conversaciones suele decirla:
- Ay
Perra Chica, qué lista eres, si solo te falta hablar. Ya quisieran tener tu
intelecto algunos burros de dos patas que yo me sé.
Perra Chica, la perra de Paco Mazas.
Lleva
quince ovejas preñadas, seguramente parirán en la Alberguería, donde quiere
pasar la noche al resguardo de lobos y bandoleros. A los lobos no les tiene
tanto miedo pues sabe que sus mastines les harán frente antes incluso de que se
acerquen al rebaño. Aunque parecen unos animales vagos y sin interés por nada, cuando
huelen al lobo cerca se transforman, se les eriza el pelo del dorso y comienzan
a aullar como poseídos con ese ladrido ronco y grave que atemoriza al animal
más valiente. Pero a Paco Mazas lo que le asusta realmente son los bandoleros
que en la oscuridad de la noche pueden ganarse la confianza de los perros y asaltarle
para robarle o matarle. Como comprenderéis, ni una cosa ni otra le hacen
gracia, ha oído historias terribles de ladrones que, escondidos en los pinares
de Ataquines, Montejo o en el río Adaja, esperan a los pobres pastores que van o
vienen por el cordel real de merinas para robarlos sin ninguna consideración ni
piedad, aunque para ello tengan que darlos muerte.
Va
pensando en que, si tiene suerte, al atardecer parirán las ovejas preñadas en
la Alberguería. Luego, por la mañana, venderá los corderos machos en algún
figón de Arévalo o, si no, dos días después en Peñaranda y se quedará con las
hembras para que le den buena lana. De momento no necesita más carneros, los
dos que tiene hacen bien su trabajo. Con
el dinero que saque de la venta de los corderos se comprará un borrico con sus
albardas y alforjas para que le ayude a transportar sus escasos víveres y le
alivie del sobrepeso de su repleto zurrón.
Borrico con albardas
Pero
nada más pasar el molino Matienzo, una de las ovejas preñadas, la zanca, se
pone a parir.
-
Bueno nos retrasará algo –dice Mazas a la Perra Chica- Pero mientras no se
pongan de parto las demás podremos llegar a la Alberguería con luz.
Deja
que la madre lama al cordero un rato y lo echa al zurrón para aligerar el paso.
Pero el resto de las ovejas preñadas parecen contagiarse por el parto de su
compañera pues una tras otra comienzan a parir.
-
¡Hijas de 30 carneros! –las grita Paco Mazas muy enojado- Pues, ¿no os ponéis a
parir todas al mismo tiempo?, ¿no podéis esperaros a que lleguemos a la
Alberguería? ¡Hala, y encima la parda, mellizos! ¡Así estaba de gorda la
hideputa!
El
pobre pastor no da abasto a recoger tanto cordero. Ya no le caben en el zurrón.
Tiene que atarlos por las patas traseras y llevarlos colgados a la espalda. Para
avanzar más deprisa.
-
Parecéis quince demonios que se vuelven contra mí –sigue gritando Paco-. Vais a
conseguir que se haga de noche antes de llegar a la Alberguería. Vamos a tener
que dormir al raso. Solo faltaría que nos estuviese viendo alguna banda de
ladrones escondida entre los pinos. Me
vais a matar a disgustos.
Las qunce ovejas preñadas se ponen de parto
Pero,
como temía el pastor, tanto parto lo han entretenido mucho y cae la noche antes
de llegar al aprisco de la Alberguería. Una luna casi llena se levanta por el
horizonte proyectando su sombra hacia atrás. De pronto los mastines comienzan a
ladrar y salen corriendo perdiéndose en la oscuridad. Paco ve de reojo una
sombra moviéndose entre dos pinos. Los pelos se le ponen de punta y, sin
atreverse a mirar hacia atrás, intenta tranquilizarse y reunir fuerzas para
continuar pero escucha chirriar algo a su espalda, es el mismo ruido que hace
su navaja cuando la abre para partir el pan y el trozo de queso. El estómago le
da un vuelco, se queda paralizado. Comienza a temblar de miedo.
- See…señor
bandolero, tenga piedad de mí –logra decir por fin-. Soy un pobre pastor, solo
poseo lo que ve, mis ovejas y mis perros. No tengo dineros ni joyas con que
poder obsequiarle.
De
nuevo se oye el chirriar como el de su navaja. Paco Mazas se siente morir, las
piernas le flaquean.
-
Señor don bandolero –logra decir el pastor nuevamente-, apiádese de mí, tengo
mujer que lleva un hijo mío en su vientre al que quisiera conocer. Llévese las
ovejas si así lo desea pero, por favor, no me haga daño. No deje a mi hijo
huérfano antes de nacer.
El
chirriar de la navaja continúa.
-
Excelentísimo señor don bandolero –continúa suplicando el pastor llorando y
poniéndose de rodillas-, llévese también a los corderos recién nacidos, en
Arévalo los pagan bien, y también a los mastines, son grandes y fuertes y
podrán defenderle de otros… bandoleros. Por favor, se lo ruego, déjeme solo a
la Perra Chica la quiero como a mi vida.
Deja
caer a los corderos que llevaba a la espalda y abre los brazos implorante, sin
atreverse a volver el rostro. La sombra se aproxima, se para tras él y… le lame
la mano derecha. Paco Mazas se queda atónito sintiendo el cosquilleo en su
mano. Entonces gira levemente la cabeza y ve a la Perra Chica que le lame la
mano mientras le mira sin comprender nada.
Mira
hacia los árboles cercanos, nada. Ni rastro de bandoleros. Tan sólo una rama
partida que chirría al ser mecida por el viento. El pastor se pone de pie
mirando hacia atrás y comprueba como su sombra se proyecta en los pinos
cercanos cuando se mueve dando la impresión de que alguien se esconde entre los
árboles pero solo es su sombra reflejada. Se ríe a carcajadas de sí mismo
mientras escucha volver a los mastines.
Silba
para que la Perra Chica ponga en marcha al rebaño. Al poco tiempo las luces de
la Alberguería comienzan a distinguirse en la lejanía, sonríe nuevamente y
comprende que el miedo es mal compañero de camino. Sus planes siguen intactos,
mañana mismo intentará vender los diez corderos machos en Arévalo y comprarse
un borrico con sus albardas y alforjas.
En
junio estará en Béjar.
En
Arévalo, a treinta de mayo de 2015.
Luis
José Martín García-Sancho
Precioso y descriptivo relato acompañado de unas ilustrativas imágenes. Me ha encantado.
ResponderEliminarGracias Jesús. Son usos y costumbres que ya se han perdido.
Eliminarmuy lindo ... el relato me llevo a imaginar la situación.
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