Se apagaba el día ante mis ojos. La
enorme esfera anaranjada sucumbía entre unos pinares lejanos. La luz difusa
proyectaba una sombra alargada tras de mí. Ésta se apagaba como el día pero no
por ello dejaba de ser enorme, como gigantesco era lo que con ella se perdía.
Foto Primo.
Yo permanecía como una piedra. Mirando
caer la luz. Poco a poco la oscuridad me rodeaba, devoraba mi sombra que cada
vez se hacía más tenue al pasar a ser parte de la sombra de la noche.
Cerré
los ojos.
Yo permanecía como una piedra, mientras
que en mi interior amanecía nublado. Como si hubiese estado absorbiendo esa
claridad difusa del sol poniente.
Yo permanecía como una piedra, formando
parte de un todo. La sombra, tras de mí, se perdía en el tiempo. Mientras, en
mi interior, la enorme mole de piedra sobre la que estaba, era demolida
lentamente, hasta quedar reducida a polvo empujado por el aire. Y la noche se
llevaba mi sombra con el viento.
Una mano suave me tocó en el hombro. Al
abrir los ojos pude ver como la luna, casi encima de nuestras cabezas,
proyectaba nuestras sombras unos centímetros por delante.
Sonreí.
Dije:
Buenas noches...
Arévalo,
verano de 1981 (fragnento de "El Cuaderno Azul")
por: Luis J. Martín
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