Diálogos con oropéndolas.
La oropéndola es el ave de oro, su nombre científico así lo afirma “Oriolus oriolus”.
Es una
de las aves más hermosas de nuestra fauna, también de las más esquivas y
escondidizas.
Desde
últimos de abril, que llegó, hasta el mes de agosto, que está a punto de irse. Casi
cuatro meses detrás de ella. Y nada, tan sólo alguna observación fugaz, siempre
entre las frondas de los árboles. Escondida entre lo más denso de chopos,
álamos, fresnos o sauces de las riberas de los ríos Adaja y Arevalillo. Sin
poderla ver a gusto, imposible fotografiarla.
Casi
cuatro meses de conversaciones improductivas, de un diálogo cerrado.
―Gruurrii
―Empieza él, el macho de la pareja.
(Algo
así como: Cuidado, intrusos. Emitido con
una especie de graznido melodioso).
―Fuit
fuiu ―contesto intentando imitar su silbido aflautado.
(Que,
según parece, en el idioma orioluno significa algo parecido a bendita arboleda).
―Fuit
fuiu ―repite él, potente y claro. Y al cabo de un rato―, fu fuit fuiu.
(Esto
último quiere decir algo así como: La
arboleda es bella, o buena. Que de ambas formas puede interpretarse).
―Fu
fuit fuiu ―corroboro para ir ganando confianza.
―Gruurrii
―repite el macho para llamar la atención de la hembra.
(Que
en este caso es algo así como Escucha
cariño).
―Gruurrii
―repite el macho.
(Ahora:
cuidado, intrusos).
― Fuit
fuiu ―continua él―, Fu fuit fuiu.
(Es
decir, bendita arboleda, la arboleda es buena)
Yo le
contesto, él repite, intercalando el cuidado, intrusos de vez en cuando.
Todo
este diálogo sin mostrarse lo más mínimo, una conversación desde la frondosidad
de la arboleda. En la que sólo escucho sin poder ver a mi interlocutor. Podemos
estar así cinco minutos, diez, quince, invariablemente. Ellas escondidas, sin
mostrarse. Y así una y otra vez, cada día que bajo al río desde últimos de
abril hasta agosto.
Pero
hace poco se ha producido un cambio, ha entrado en juego otra variable: los
pollos. Aunque también desconfiados y escondidizos, algo más atrevidos.
Así que,
a primeros de agosto, con la reproducción terminada y a pocas fechas de irse a
sus cuarteles de invierno, estábamos una vez más con nuestra conversación
interminable: cuidado, intrusos, bendita
arboleda, la arboleda es bella, escucha cariño, bendita arboleda…, cuando
uno de los pollos se ha acercado más de la cuenta, mostrándose por completo en
la rama de un chopo durante un segundo o dos. Entonces el macho desde una de
las ramas más altas le ha regañado: Cuidado,
intrusos. Y nuestras miradas han coincidido por primera vez en casi cuatro
meses de diálogo, aparentemente, infructuoso. Habrá pensado algo así como “voy a ver bien a este imitador pesado que no
hace otra cosa que repetir lo que digo. Y así ha estado, visible, el tiempo
necesario para hacerle unas pocas fotos.
Por la
tensión de la espera, me rilaba algo el pulso. Así que hasta que no llegué a
casa y descargué las fotos no pude saber los resultados a ciencia cierta.
Aunque
no son una maravilla, alguna ha quedado más o menos decente, así que comparto
contigo, amigo lector, los resultados de cuatro meses de apacible plática con
una de las aves más bellas de nuestra fauna, por el color de su plumaje: un
explosivo amarillo predominante que contrasta con el negro de las alas y el
pico rojo.
Por
eso su nombre es: el ave de oro que hace
nidos que penden de las ramas: oropéndola, (Oriolus oriolus).
Mi
hija María me ha acompañado en los días de agosto y también ha participado en
el diálogo, aunque a veces nuestro interlocutor se mostrara algo más huraño.
Disfruten.
En
Arévalo, agosto de 2025.
Luis
J. Martín.